Reflexiones Sobre el Cambio Climático y el Consumismo
- yadariseltromano
- 11 ago
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Por: Itzel - una Voluntaria
Cuando era universitaria, los conceptos de cambio climático y reforestación eran muy abstractos y, francamente, no me interesaban. Tenía el privilegio de no sentir los impactos directos del cambio climático - como estadounidense - no es que no creyera en él, pero (como dice el dicho) no lo tenía tocando mi puerta. Seguía teniendo acceso constante a comida y agua, y, por supuesto, existían fenómenos meteorológicos extremos, como temperaturas de 27 °C en noviembre o inundaciones descomunales, poco comunes en Nueva York. Sin embargo, no era suficiente para hacerme consciente de mis hábitos de consumo, algo que me avergüenza admitir, porque al final, mi razonamiento era: "Bueno, soy solo una persona, ¿qué impacto puede tener una sola persona en el medio ambiente?".

Poco después de graduarme, me invitaron a servir como voluntaria en Panamá a través de un programa agrícola. No sabía mucho de agricultura, pero me entusiasmaba la posibilidad de aprender más sobre técnicas agrícolas y sobre una cultura diferente. Fue en mis primeros dos años en Panamá que aprendí, sentí y vi el cambio climático en carne propia. Como voluntaria, mi actividad favorita era pasear a la casa de los miembros de mi comunidad, donde normalmente terminabamos charlando con una taza de café toda la tarde. Aprendí rápidamente que las personas mayores del pueblo tenían muchísimas historias que contar, siempre y cuando estuvieras dispuesto a escuchar. En todas estas historias, una frase recurrente era "el clima ya no es igual" o "el clima ya no es lo que era". Describían su clima como más fresco, incluso más lluvioso. Describieron sus tierras y lo fértiles que solían ser; cuánto producían antes y, en comparación, lo poco que producen ahora. El año que llegué, Panamá estaba experimentando el fenómeno meteorológico conocido como “la niña”, por lo que fue un año particularmente difícil para todos los agricultores y especialmente para los panameños en regiones donde el agua es escasa para empezar. Vi cómo una semana el tiempo era seco y caluroso y a la siguiente las lluvias torrenciales causaron inundaciones repentinas y arrasaban puentes, casas, ganado y cultivos en un abrir y cerrar de ojos.

Después de tan solo un año en Panamá, desarrollé una mayor consciencia de cómo y qué consumía; desde la ropa hasta el agua (cuánto tiempo me duchaba, para qué la usaba, la ropa, etc.), e incluso el consumo y el desperdicio de alimentos. Los panameños practican lo que yo llamo compostaje "pasivo"; no necesariamente hacen montones de restos de verduras y comida que deben removerse a diario. Pero identifican qué tipo de restos les gustan a las plantas, los colocan en la base de la planta para que se descompongan y luego tiran el resto de los restos de comida al "monte" para su descomposición general. Existe la comprensión de que lo que viene de la tierra puede volver a la tierra.
Al comenzar mi tercer año, cambié de puesto y me trasladaron a otra provincia. La Península de Azuero es una de las zonas más secas de Panamá. Esta región sufre con frecuencia sequías y contaminación del agua debido al uso excesivo de pesticidas y fertilizantes químicos. Pro Eco Azuero es una de las organizaciones sin fines de lucro más activas de la región de Azuero, cuya misión es reforestar y educar a las generaciones futuras (y actuales) sobre las mejores prácticas para el uso regenerativo y saludable de la tierra, así como sobre la importancia de la reforestación y la conservación. PEA reforesta entre 100,000 y 200,000 árboles entre mayo y agosto, la temporada de lluvias de Panamá.
Todo esto me llevó a lo siguiente:
¿Valen la pena los esfuerzos de reforestación? La respuesta es simple: sí, sin duda, valen la pena. A pesar de las observaciones generales sobre el cambio climático en todo Panamá, se puede percibir la diferencia en el clima entre las zonas bien conservadas y con abundancia de árboles y las que no. Se puede apreciar la diferencia en la biodiversidad e incluso en la salud de quienes viven en tierras que aún producen y en aquellas que tienen dificultades para hacerlo.
¿Cuál es la mejor manera de reforestar? He llegado a la conclusión de que ningún método es mejor que otro, ¿por qué? Porque todos trabajamos por lo mismo: un planeta habitable. He escuchado mucho debate entre instituciones, organizaciones e incluso voluntarios sobre cuál es la manera más efectiva de reforestar, e incluso los he escuchado desacreditar el trabajo y los esfuerzos de otros. La realidad es que una persona, ni siquiera cien personas, no pueden tener el impacto que necesitamos para salvar nuestro planeta. Puedo plantar uno, diez o incluso cien árboles. Simplemente no es suficiente. Pero mis esfuerzos, junto con los de Pro Eco Azuero y los de otras organizaciones y personas, son lo que va a marcar la diferencia. Es gracias a los numerosos voluntarios que recibimos a lo largo del año que podemos llevar a cabo con éxito nuestra misión. Es en el colectivo donde residen el poder, el cambio y la influencia, y no creo que los medios importan (en este caso específico) cuando el resultado es el mismo.
Mientras me esfuerzo por avanzar en el mundo, llevo estas lecciones conmigo. Ya no siento que no tengo ninguna responsabilidad por la crisis climática, porque es la mentalidad de "¿qué impacto puede tener una sola persona?", tanto en términos de conservación, reforestación y consumismo, lo que nos ha llevado a la crisis en la que nos encontramos. En lugar de asumir que alguien más está haciendo el trabajo, he encontrado maneras de hacerlo yo misma y ánimo a todos a hacer lo mismo de la manera que les resulte más conveniente.

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